miércoles, 11 de marzo de 2009

Una alegría de finales de invierno

Me senté demasiado rápida, había algo en la silla y no pude evitar dañarlo con el peso de mi cuerpo. Me levanté, miré y me sorprendió lo que encontré; era una margarita. Curioso hallazgo para un lugar ocupado por la enfermedad, el miedo y, en ocasiones, la pena.
Unos minutos después, me trasladé desde la zona de tratamientos, a la sala de espera de oncología. Cruzas la puerta y giras a la derecha, por ahí buscas un hueco y te dispones a esperar hasta que alguien pronuncia tu nombre. Andaba distraída pensando en cuánto tardarían esta vez en llamarme, y volvió a ocurrir. Alguien había dejado una flor sobre la silla.
Demasiada coincidencia. Esta vez era una rosa. Más que una rosa, era una alegría de finales del invierno, cuando el cuerpo y el alma buscan con ansías a la primavera. Miré a mi alrededor, en busca de algún indicio que le dé una explicación a este hallazgo, y de repente “¡Pi-pi-pi-pi!”. Era el sonido del despertador, había estado soñando.

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