jueves, 28 de mayo de 2009

Ánimo, mis valientes

No paraba de hablar. Se encontraba ocupando uno de los 4 sillones que acogen cada día las microreuniones de los pacientes de cáncer que van a recibir tratamiento. Ella, que repetiría celebrando el medio siglo de vida, exponía en voz alta su manera de afrontar la enfermedad. Pero sin parar.
Se había erigido en la portavoz de todos nosotros y, de vez en cuando, se permitía lanzar un consejo personalizado a alguien. Que si la merienda en el bolso y a pasear, que si no hay que dejarse vencer por la flojedad, que si ahora mejor que nunca para comprarse todo lo que se te antoje, que si, que si.
Su actitud era un ejemplo a seguir por todos, ni más ni menos que lo que pretendía, apuntalada por la suerte que había tenido porque los tratamientos no la dejaron fuera de juego.
Y todo para evitar que la verborrea diera paso al silencio. Para no escuchar el murmullo de su corazón, lamentándose, al ver a quien aún no ha cumplido los 20 años, enchufado a la misma máquina que ella.

miércoles, 20 de mayo de 2009

¡Que guapa!

Dialogaban entre ellas, inmersas en un mar de pacientes en espera de su dosis de quimioterapia, con el gesto alegre y el peinado intacto. La primera le contaba a la segunda cómo se afeitó ella misma la cabeza, en cuanto notó que se le empezaba a caer el pelo. La segunda había dudado un poco y llevaba la peluca colocada sobre el rescoldo de su melena.
Quienes optamos en su momento por el pañuelo escuchábamos la conversación, entretenidas y contentas, sobre todo por el tiempo pasado de los verbos con que comienza esta frase. La una le contaba a la otra que no ha permitido que nadie la vea sin peluca, entre otras razones porque lleva su enfermedad en secreto. La segunda describía la naturalidad con que se lo habían tomado en casa, peluca incluida. Fue inevitable viajar al pasado y recordar las lágrimas de mi familia mientras me afeitaban la cabeza, y la expresión de mi hija de 2 años cuando me vio por primera vez; “¡Uy, que guapa!”

miércoles, 13 de mayo de 2009

Romper estadísticas

A veces las jornadas de salud a las que me he suscrito se hacen muy largas y pesadas. Pasas gran parte de la mañana entre dependencias de la Arrixaca y avanzas más bien poco. Así, entre periódico, libro, revista y consola de videojuegos, tengo tiempo de levantar la vista y mirar a las caras de los pacientes, o los enfermos, o los acompañantes, o a quienes lo fueron.
De esta manera recargas la batería y obtienes nuevas energías para seguir adelante. Allí sigo encontrando a los mismos héroes anónimos, seres humanos en trance especial que diría uno de los seguidores de mi blog ‘Yo también tengo cáncer’.
Porque sólo es necesario contemplar para hacer algo más que ver y recibir una lección humana. Eso es lo que ocurre en oncología. Que mientras los profesionales nos salvan del tobogán de emociones en que nos embarca la visita a su consulta, las personas que allí acuden te enseñan que nada mejor que las ganas de vivir para romper estadísticas.

martes, 5 de mayo de 2009

Busca un chófer

Tengo la ingenua costumbre de pensar que todo va a salir bien, y por ello me tomo el tiempo justo para hacerlo todo, incluso esta columna. El caso es que hace unos días tenía cita con el Equipo de Valoración de Incapacidades, que debía evaluar mi situación actual, y salí de casa 20 minutos antes. Tiempo de sobra para llegar a Murcia desde Alcantarilla y con un poco de suerte aparcar. Me equivoqué.
Ese día aprendí que, a las 8,30 de la mañana, es necesario el doble de tiempo para cubrir el mismo trayecto. Y, por si fuera poco, que aparcar a primera hora de la mañana en el barrio de San Antón equivale a buscar el arca perdida en el Ártico, por lo menos. Dos lecciones por el precio de una.
El funcionario de la puerta, muy diligente, me avisó de que llegaba tarde. Yo, que suelo ser prudente y callada, me quejé amargamente de la última hora de mi vida ante la mirada de varios asistentes, incluido un muy amable y cordial vigilante jurado de pelo cano que, con su saber estar, me intimidó. Aquí vienen de toda la región, me dijo, y con eso anuló mis argumentos. Por que no puedo imaginarme cómo lo logran.
Al final, conforme, esperaré a que puedan hacerme un hueco dándole vueltas a la cabeza para llegar a la conclusión de que lo mejor, para la próxima ocasión, será tomar media hora de margen y buscar, por si acaso, un chofer dispuesto a perder otro tanto de tiempo buscando aparcamiento por mí.