jueves, 28 de mayo de 2009

Ánimo, mis valientes

No paraba de hablar. Se encontraba ocupando uno de los 4 sillones que acogen cada día las microreuniones de los pacientes de cáncer que van a recibir tratamiento. Ella, que repetiría celebrando el medio siglo de vida, exponía en voz alta su manera de afrontar la enfermedad. Pero sin parar.
Se había erigido en la portavoz de todos nosotros y, de vez en cuando, se permitía lanzar un consejo personalizado a alguien. Que si la merienda en el bolso y a pasear, que si no hay que dejarse vencer por la flojedad, que si ahora mejor que nunca para comprarse todo lo que se te antoje, que si, que si.
Su actitud era un ejemplo a seguir por todos, ni más ni menos que lo que pretendía, apuntalada por la suerte que había tenido porque los tratamientos no la dejaron fuera de juego.
Y todo para evitar que la verborrea diera paso al silencio. Para no escuchar el murmullo de su corazón, lamentándose, al ver a quien aún no ha cumplido los 20 años, enchufado a la misma máquina que ella.

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