martes, 27 de enero de 2009

Las apariencias engañan

Te llaman a tratamiento y encuentras que el box está lleno de mujeres. Te sientes a gusto, piensas que hay muchas probabilidades de que la mayoría estén allí por el mismo tipo de cáncer (el de mama es de buen pronóstico). Una de ellas se queja, le duele todo, parece que la quimioterapia le va mal. Qué pena.
Pero, al fijarme con más detalle en ella, descubro que está echada sobre el sillón de tratamientos con las venas libres. Quien recibe el trasvase de vida adulterada es ¡su marido en la silla del acompañante!
Mientras él mira por la ventana, en silencio, ella habla con todo el mundo de lo que le ocurre. A los dos. Y de sus miedos y temores particulares sobre la familia, los hijos, el futuro… Es la protagonista.
Ya me había pasado en otra ocasión. Entras en la habitación del hospital, esperando encontrar al enfermo postrado en la cama, y te sorprendes a ti misma entregando el ramo de flores que has llevado, a su madre.
Vuelve a ser verdad que, en ocasiones, las apariencias engañan.

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